Los monstruos de la Universal (IV): la máquina en movimiento

miércoles, 14 octubre 2009 0

La rentabilidad demostrada por el género de terror no podía perderse y el estudio se convertirá en los años sucesivos en su referente. Una vez hecho propio el género, éste se codificará en una serie de elementos invariablemente presentes en todas las producciones: Universal había establecido su propio cliché, que a grandes rasgos, puede resumirse en: el monstruo, con su lado humano y su talón de Aquiles; la chica, víctima siempre; el científico cuerdo y desconfiado; la ausencia del héroe, porque el verdadero protagonista es el monstruo; el desarrollo de la historia fuera de los Estados Unidos, convirtiéndose Europa en un verdadero paraíso del terror, cuando no se ubica en lugares remotos y exóticos; y el happy ending, aunque éste suponga la muerte del monstruo, a veces más humano que las propias personas.

En los sucesivos años, la galería de monstruos fue aumentando con nuevos personajes: momias, hombres invisibles, licántropos, científicos lunáticos, anfibios vengativos… Ante la escasez de ideas, los guionistas no tenían reparos en volver a los arquetipos creados y desarrollarlos hasta la saciedad, gracias a estas secuelas se pudo conocer a toda la familia de los clásicos e incluso verles compartir cartel.

Además, se creó un estrecho grupo de colaboradores, bastando una ojeada a los créditos de estas películas para descubrir un núcleo de nombres fieles y que no nos resultan ajenos. Así por ejemplo, en cuanto a dirección, nos encontramos a Whale o al fotógrafo Karl Freund; Jack P. Pierce al frente del departamento de maquillaje; Charles D. Hall como director artístico; o John Fulton a cargo de los efectos visuales y fotográficos.

A su vez, la Universal confirmaba a sus dos grandes estrellas: Karloff y Lugosi, quienes, al principio por separado y más tarde juntos en algunas películas de tramas muy enrevesadas, se convirtieron en el estandarte del terror. A esta lista se unirían otros nombres como Lon Chaney Jr., o Claude Rains, éste último en ocasiones como monstruo y en ocasiones como víctima.

Este esquema productivo, si bien dio sus frutos en los primeros momentos, acabó por pervertir el género (la Universal produjo sesenta y siete películas de terror durante esta época) y degradarlo, hasta arrinconarlo en los despachos de la Serie B.

No obstante, encontramos títulos fascinantes como La Momia, dirigida por el anteriormente mencionado Karl Freund, para lucimiento de Karloff. Este impresionante film toma lo mejor de Drácula (el regreso a la vida en busca de la amada perdida, los poderes hipnóticos, la inmortalidad) y de Frankenstein (el elaborado maquillaje o la ambigua bondad del personaje).

O El hombre invisible, donde Whale volvió a confirmar su gusto por la combinación de comedia y tragedia. H. G. Wells felicitó personalmente al director por su obra.

Sería Whale el que llevase el género a su máximo esplendor curiosamente con una secuela: La novia de Frankenstein. A diferencia de las demás, ésta arranca con una secuencia donde Whale juega con el espectador: hace un resumen de su antecesora con imágenes, pero nos tiene preparado un film totalmente distinto, donde el humor y lo macabro se combinan felizmente. Nos presenta a Mary Shelley, la autora de la novela, pero esconde que ella misma será la novia del monstruo. La puesta en escena es más elegante; lo que rodea al monstruo es cómicamente grotesco: jorobados, ancianas histéricas, burgomaestres delirantes; o cómo olvidar al mismísimo Pretorius: una caricatura desdibujada del diablo, que despertará las pesadillas dormidas de la mente del doctor y de la de todos los espectadores, con un brindis: «por un mundo nuevo de dioses y de monstruos». Para hacer justicia al texto de Mary Shelley, Whale hace hablar a la criatura para adentrarnos en una nueva dimensión psicológica: «amigo bueno, solo malo». Es interesante el propósito del director de esconder bajo una historia de terror una apología de la integración del “diferente” en la sociedad.

Como ejemplos de la decadencia del sistema citaré dos películas: El Hombre lobo, protagonizada por Lon Chaney Jr., quien nunca llegó a estar a la altura de su padre, y Claude Rains, ambos en un film algo torpe que dio pie a toda una saga y que condenó a Chaney a las salas de maquillaje el resto de su carrera. Y La mujer y el monstruo, un vano intento de la Universal por aplicar su molde al creciente interés del momento por la ciencia-ficción. Aunque hoy día la trama resulta previsible y tediosa en algún momento, el estudio regaló por última vez uno de sus míticos monstruos.

2 comentarios
  • Jesús Rubio
    octubre 14, 2009

    Pero que chico más leído…!

  • Planeta Oli
    octubre 17, 2009

    Brindemos por un mundo de Dioses y Monstruos… y por estos posts tan currados.

    OLI I7O

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