Claves selectas elaboradas en 1862 por Hans Christian Andersen, escritor y poeta danés, sobre Murcia y sus gentes.
Hoy, transportes murcianos.
La diligencia que nos deparó el destino parecía componerse de un par de casetas de tablas unidas con clavos. A Collin y a mí nos tocó viajar en la caseta delantera, en compañía de un sacerdote de edad. Alguien abrió el postigo de la ventanilla que comunicaba con la caseta de atrás, con lo cual quedamos a merced de una corriente de aire que nos ventilaba el cogote y del lastre de las seis personas que viajaban allí atrás. Una de ellas, una sirvienta de lo más coqueta y afectada, le daba a la lengua como a la manivela de un molinillo; otra, una señora mayor, gorda y fofa, era una mole de tocino durmiendo. En el rincón de uno de los extremos yacía un individuo tan increíblemente lleno de remiendos que difícilmente podría decirse lo que eran parches y lo que era la prenda original. Entre las otras tres personas, había una que podríamos catalogar de «mejor vestida»: era un hombre de pechera almidonada con un reluciente alfiler de corbata, pero la tela estaba tan sucia que, de ser ése su aspecto habitual, cabría pensar que alquilaba la ropa ya sucia a cualquier lavandera marrana.
junio 9, 2009
Ja, ja,ja……qué divertido es éste hombre. Pero, se pierde en la crítica nada positiva sobre su entorno, el viaje, y sobre todo las personas, que bien podría haberse quitado tantos prejuicios y haber disfrutado el viaje y a las personas.