Desde que Tim Burton rodara Ed Wood allá por el año 1994, muchos consideran que, efectivamente, Edward D. Wood Jr. ha sido el peor director de cine de la historia. Es muy probable que su Plan 9 from Outer Space sea uno de los más grandes despropósitos de la cinematografía, pero tuve la suerte, o no, de ver hace unos años una película llamada Miedo a la muerte, dirigida por Christy Cabanne y protagonizada por Bela Lugosi y George Zucco, que me hizo cambiar de opinión respecto al señor Wood. No, no es él el peor director de la historia, ni Plan 9 la peor película. Lo es Miedo a la muerte.
Esta película del año 1947 es la única que Bela Lugosi rodó en color, y es un ejemplo claro de la espiral de autodestrucción en la que se había visto sumido el actor húngaro durante los últimos años de su vida.
La película arranca en una sala de autopsias. Un cartel de «CENTRAL CITY MORGUE», traducido al español por «Instituto anatómico forense» seguido de un «AUTOPSY ROOM – KEEP OUT» son los primeros planos de esta bochornosa película. Entran a la sala un doctor y su ayudante. En una mesa central se encuentra un cadáver cubierto por una sábana. Las primeras líneas de diálogo ya nos dan la pista de que no estamos ante una película normal:
–¿Es este el cuerpo?
–Sí, doctor. En la policía están particularmente ansiosos por determinar la causa de la muerte lo antes posible.
El doctor destapa únicamente la cabeza del cadáver. Se lamenta:
–Es una pena, era una mujer muy hermosa. Odio hacerle la autopsia a una mujer hermosa.
–No tiene elección, doctor.
–Es muy inusual, no hay señales de violencia en el cuerpo, ¿qué sospechan? ¿Veneno? ¿Tiene alguna idea?
–Tengo entendido que las autoridades no tienen ni la menor idea de cómo la mataron, saben por qué, pero no quién la mató.
–Sí, eso ya no importa. Nuestro trabajo consiste en averiguar lo que la mató. Sin embargo, uno se pregunta a menudo: ¿cuál pudo ser el último pensamiento que fue interrumpido por la muerte? ¿Hablarían de ello? ¿Cuál pudo ser?
Una música de misterio, la imagen superpuesta de una máscara con los ojos cerrados y la voz en off de una mujer, nos llevan a la siguiente escena, no menos sorprendente: una sala de consulta médica, una mujer elegantemente vestida descansa sobre la camilla, un doctor sexagenario avanza hacia ella con la intención de cubrir su rostro con una venda. Ella grita aterrorizada y se incorpora:
–¡No, ya se lo he dicho, no quiero la venda!
–¿Por qué eres tan reacia? ¿Por qué eres tan reacia a la venda? ¿Te recuerda algo quizá?
–¿Qué quiere decir?
–Oh, nada, Laura, nada. ¿Por qué no vuelves a recostarte y dejas que termine con mi examen? Eres una muchacha enferma, ya lo sabes, y estás muy nerviosa.
¡Qué gran doctor! ¡Ojalá todos los doctores fueran así! Laura es su nuera, aunque él desearía que su hijo se divorcie de ella. De eso hablan los tres, cuando unos minutos más tarde entra el hijo a la consulta. Laura no se quiere divorciar, menuda papeleta, así que le da a su marido una bata de andar por casa que ha llevado en las manos todo el tiempo, esgrimiendo:
–Ten, esto es lo único que me has dado. Puedes quedártelo.
Ese mismo día llega a la mansión del doctor un tal Leónidas, Bela Lugosi vestido de Drácula, amigo de la familia en una época pasada que el doctor prefiere no recordar; primos, aunque acordaron no llamarse nunca así. Leónidas viene acompañado de un enano mudo, Índigo. Al abrir la puerta, la doncella descubre a Leónidas y el enano. Leónidas exclama:
–¡Mi pequeña paloma! Me alegro de que haya abierto la puerta, madame. Si hubiese esperado un segundo más, Índigo y yo hubiésemos echado la puerta abajo.
La doncella les invita a pasar como si tal cosa, y arranca un trama incomprensible de sospechas, maquinaciones, intrigas y pasadizos secretos, donde todos temen que un pasado turbio y oscuro se rebele contra ellos. Los personajes aparecen y desaparecen, por la casa deambulan periodistas y policías sin que nadie se pregunte por qué demonios están ahí. Todos hablan con frases prefabricadas, todas las escenas parecen la más importante, la última, siempre al límite de la tensión dramática.
Recuerdo esa memorable escena en la que Laura baja las escaleras, notablemente alterada, y llega hasta el salón donde se encuentra una pareja de periodistas. Uno de ellos exclama al verla:
–Bienvenida a su salón, señor Van Ee.
–Gracias, pero no es mi salón. Veo que no está al corriente de mi posición en esta casa.
Laura ve una ocasión fantástica de denunciar el acoso al que se ve sometida por parte del doctor y su hijo, aunque apenas comienza a confesar es interrumpida por ellos. El periodista sin embargo no deja escapar la ocasión para aclarar los hechos:
–Su esposa me ha dicho que la han estado amenazando constantemente.
–Está fuera de sí–, protesta el marido.
–¿Ve lo que le digo, señor Lee?–, dice Laura al periodista–, no pierde ni una sola oportunidad para hacerme creer que estoy loca.
–Quizá pueda explicárselo, señor Lee– dice el doctor. –No creemos que Laura tenga nada malo, pero estamos convencidos de que podría ocurrirle algo a su mente si continúa viviendo con tanta presión.
–¡No puedo decírselo más claro!– exclama Laura al periodista. –Se pasan el día intentando aterrorizarme, me escriben cartas con tinta verde y me envían cabezas de maniquíes envueltas en papel verde. Lo que sea con tal de asustarme y evitar que pueda dormir. Sólo pienso en evitar que me maten.
–Esas acusaciones son muy graves, caballeros–, concluye el periodista.
Minutos más tarde, ese mismo periodista, el señor Lee, charla amistosamente con el hijo del doctor en el salón de la casa. De repente el periodista descubre a través de la ventana, que Leónidas, que está en el jardín, junto al seto, abre los brazos hacia el cielo y se esconde a continuación.
–¿Qué pasa ahí fuera? Tengo derecho a saberlo–, exclama el hijo del doctor. –No veo nada, ¿qué ha sido?
–Es imposible, no puede ser verdad.
A continuación el periodista se encuentra con Leónidas concentrado mientras recita entre dientes unas oraciones frente al cuerpo hipnotizado de la doncella. El periodista se dirige hacia él sin temor:
–Bien profesor, creo que acabo de verle aullándole a la luna.
Estas dos escenas sólo son un botón de muestra de lo delirante de la película. El guion está repleto de frases maravillosas que he ido haciendo mías con el paso del tiempo: «por qué eres reacia a la venda», «bienvenida a su salón» o «me escriben cartas con tinta verde», que me han sido de mucha utilidad en tantas ocasiones.
En definitiva, una de las películas más surrealistas a las que me he enfrentado y que ha dejado una huella indeleble en mí. La verdad es que la veo con cierta regularidad. Su absurda trama, su patética puesta en escena, y el esfuerzo de Bela Lugosi por sostener un personaje incoherente y absurdo, despiertan en mi contrarios sentimientos de vergüenza, bondad y compasión. Me hace reír y me pone extrañamente nervioso a la vez.
Nunca he visto a nadie recomendar películas malas por el mero hecho de ser malas, pero voy a hacerlo en esta ocasión. Se trata de un «verlo para creerlo». Es tan mala que no te decepcionará, y sobre todo, después de ver Miedo a la muerte, cualquier otra película, incluso las que pone Antena3 por las tardes, no te parecerá tan mala, sin duda.
-Roque.
noviembre 22, 2010
Por fin la gran entrada que esta película merecía. Y más, cuando «Bienvenida a su salón» forma parte de mi corpus de frases cotidianas.
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