No hay tragedia griega que represente mejor la relación entre los humanos y los dioses que Las Bacantes de Eurípides. En esta tragedia, Dionisio reclama su papel de dios ante el pueblo de Tebas, que se niega a reconocerlo como tal. A pesar de ser hijo de Zeus y de la mortal Sémele, Penteo, rey de la ciudad, niega su deidad, considerándolo un fraude, prohibiendo sus ritos inmorales y disolutos.
En Las Bacantes encontramos esa dualidad entre dioses y humanos, cara a cara, con un claro mensaje final: no puedes desafiar a los dioses, no puedes dudar de su autoridad, debes confiar en ellos, o el precio que debes pagar será el de tu propia vida.
«No levantes las armas contra un dios» advierte Dioniso.
Dionisio es un dios extraño y ambiguo. Lo conocemos, sobre todo, como el inventor del vino, pero su propósito es mucho mayor y mucho más complejo. Utiliza diferentes nombres, como Baco, Bromio, Layo o Eleuterio, el libertador. También es el dios de las máscaras y el dios del espectáculo.
Posee un fuerte vínculo con los humanos: tiene la capacidad de inducir la locura o el éxtasis, un delirio provocado por el baile frenético y el consumo de vino, que despierta las pasiones humanas. El vino es un invento de Dionisio para los humanos, una puerta que nos conecta a otro mundo o dimensión. Cuando el dios entra en el cuerpo de los humanos, adquieren la habilidad de la profecía.
En Las Bacantes, los hombres se dividen frente al dios Dionisio. Por un lado están los que creen en su deidad y participan en sus ritos, como Cadmo, antiguo rey de Tebas, o el adivino Tiresias o las Bacantes: Agave, Ino, Autonoe. En el otro lado está el Rey Penteo, que niega su divinidad.
Cadmo trata de hacer ver a Penteo que aquellos que se creen mejores que los dioses sufrirán un castigo divino. Las Bacantes, las adoradoras de Dionisio, también advierten que el dios tiene un importante mensaje que comunicar y que aquellos que lo reciben y aceptan y siguen sus rituales, logran la felicidad:
«Bienaventurado el que dichoso
sabe los misterios de los dioses,
santifica su vida»
En cualquier caso, Penteo se resiste y Dionisio lo vuelve gradualmente loco. En primer lugar, el dios se burla de él haciéndole creer que lo ha atrapado, cuando en realidad es un toro que había encarcelado (221-222). Más tarde, el dios lo persuade de vestirse como una mujer e ir a Citerón para ver a las Bacantes en su éxtasis divino. Cuando las mujeres reconocen a Penteo, lo desmembran, como ya lo habían hecho anteriormente con varios animales. Brutalmente, su madre, Agave, una de las Bacantes, le corta la cabeza.
Las premoniciones de Cadmo finalmente se cumplen. La ira de Dionisio cae sobre aquellos que negaron su divinidad: Soy un dios y tú has blasfemado contra mí. Dionisio reclama su posición superior sobre los humanos y no encuentra obstáculo para vengarse de aquellos que se resisten a creer en él.
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