Mi boda del año

jueves, 26 agosto 2010 0

La semana pasada realicé un improvisado y breve viaje a Francia para asistir a la boda de mi amigo Pierre Kiwitt con la bellísima Isabelle Pollet-Villard, bailarina y amiga también.

El evento tuvo lugar en la Champagne, en el pequeño pueblo de Annéville-la-Prairie, una aldea de apenas unas decenas de habitantes, un entorno idílico para un enlace que no podía perderme, por todo lo que me une a Pierre, al que conozco desde hace ya ocho años y del que puedo presumir como una de las mejores personas que he conocido: generoso, decidido, divertido, honesto y leal.

Pierre ha atravesado por momentos duros en los últimos años y éste era un día para desterrarlos y empezar una nueva vida junto a la que es, sin duda, una de las mujeres más maravillosas que he conocido.

Fue en Madrid el año pasado, ella llegó a esta ciudad de gira con el ballet de la ciudad de Munich para actuar en Los veranos de la Villa. Fue fantástico verla actuar bajo el nocturno cielo de mi ciudad, aquella noche de verano, la primera vez que pude concluir un espectáculo de ballet sin sentirme como un idiota por no haber entendido nada de lo que veía.

A la boda asistieron personalidades del mundo del cine y de la televisión de toda Europa, pero sin duda lo que más me apetecía volver a ver era a Coralie Audret, pareja de Xavier Lafitte, con el que había estado unos días antes en Madrid, coincidiendo con su rodaje de la película Aguila Roja. Adoro a Coralie, me recuerda a Sofía Loren, no sé, tiene un algo especial, la rodea un áura de esas que dicen, un áura que hace que la mires y la mires y no le puedas quitar el ojo de encima. Además Coralie es inteligente, audaz y conversar con ella, un auténtico placer. Pronto estrenará obra en París y no podré perdérmela. Ya os hablaré de ello cuando tenga más detalles.

Con Xavier y Coralie viajé desde París hasta la Champagne, en un viaje-rally por las carreteras de la campiña francesa, luchando por llegar a tiempo a la ceremonia, debido en gran medida nuestro retraso a que Movistar tuvo a bien tardar en darme servicio telefónico en Francia unas 8 horas. A tientas, mendigando los móviles a los extraños, pude localizar a Xavier y Coralie en París y quedar con ellos para emprender nuestro viaje por el norte del País. Finalmente, para asombro nuestro, llegamos a tiempo, aunque tuvimos, eso sí, que cambiarnos de ropa escondidos tras el coche, a pocos metros de la iglesia. Mereció la pena.

La ceremonia fue adorable, breve y adorable, como deben ser las ceremonias. Estuvo amenizada por el encantador coro de amas de casa del pueblo, que compartieron con nosotros su más exquisita selección de temas romántico-religiosos, y conducida por un entrañable párroco al que, sorprendentemente, se le entendía todo, aún a pesar de que mi francés es muy rudimentario.

Finalmente, pasamos el resto del día, entre copas de champagne y exquisiteces varias, en la casa de campo de la abuela de Pierre, un escenario incomparable para un día así. No lo olvidaré, sin duda, y desde aquí les deseo lo mejor, que se lo merecen, de verdad que se lo merecen. Nos vemos pronto, chicos.

Un abrazo.

-Roque.

PD: por cierto, las cabinas de teléfono están en inminente peligro de extinción. Deberíamos hacer algo.

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